Estrelló con furia toda su fuerza a mis pies.
Implacable, sacudió el suelo y se llevó consigo de regreso, algunos restos esparcidos alrededor.
La guerra fue reñida y el sol estaba por ponerse. No hubo tregua, ni persona antes capaz de evitar tremendo asalto, sobrevivir íntegro a semejante atropello y sobre todo, de esa manera tan natural pero delicadamente agresiva .
Escuché como golpeaba el suelo a mis pies y el aire trajo hasta mí el rastro de su aliento húmedo y salado.
Ahì, en la playa, solo nosotros dos; uno frente al otro y un nombre separándo nuestras diferencias.
Se trataba de toda su fuerza contra mi afán de defender lo que me pertenece y mi ideal de dejarlo vivo sobre la arena, dejarlo sobrevivir, como una firma en el espacio, como una evidencia de mi suspiro en la costa, algún verano, alguna vez.
Tras largas horas y agotados los dos, él intentando que mi objetivo , invasivo y hasta suberviso no perdure, yo defendiendo mi derecho a dejar sobre esta faz testimonio de lo que màs quiero, llegamos a un acuerdo :
él prometió no llevarse aquel nombre de mujer grabado en la arena, siempre y cuando yo detenga toda acción, toda actividad o todo beso , solo para ver el sol ocultarse en el mar. Y yo, soy un hombre de palabra.
Hasta hoy, cuando el sol se pone, mágicamente todo se detiene.
2 comentarios:
...a veces es mejor grabar en piedra que en arena.
Saludos.
yo pensaba que cuando el mar se llevara nuestros nombres, los haría eternos como él.
Pero no era cierto.
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