martes, 28 de abril de 2009

libros, historias y amor


R. la vió y no la podía mirar.
Palpitaciones le tiraban del tapete y esa habitual torpeza se manifestaba en él en su forma más simiesca. Qué ganas de quedarse en aquella tienda de libros a mirarla de reojo mientras las primeras líneas de libros elegidos al azar se esforzaban por llevarlo a otros destinos. "Imponente, el rollizo Buck Mulligan apareció en lo alto de la escalera, con una bacía desbordante de espuma, sobre la cual traía, cruzados, un espejo y una navaja", "El traje de los presidiarios es de rayas, rosa y blanco. Si, conminado por un impulso del corazón, elegí yo el universo en que me complazco, al menos puedo descubrir en él los numerosos sentidos que deseo: existe pues, una relación estrecha entre las flores y los presidiarios", "Conocí a Dean poco después de que mi mujer y yo nos separásemos. Acababa de pasar una grave enfermedad de la que no me molestaré en hablar, exceptuando que tenía algo que ver con la casi insoportable separación y con mi sensación de que todo había muerto". Pero R. tenía en su habitual retorno a la misma tienda de libros su propio eterno comienzo : "la última tarde que Rodrigo la observó de manera silenciosa y contemplativa, pasó mucho más tiempo disfrutando la manera en la vida había puesto en Clara sublimes razones para seguir viviendo. Unos pocos minutos le fueron suficientes para agradecer haber estado ahí justo a tiempo. Cuando llegó a casa, algo le tiraba del labio. Tenía un anzuelo en la boca".

Clara cerró el libro se acercó a la caja de la tienda.

- me llevo éste.
- ...curioso título...
- si, el personaje femenino se llama como yo. Me hizo pensar que quizás alguien en alguna dimensión podría estar escribiendo sobre mi. Tonteras...sólo espero que me tenga reservado un final feliz.
- ni lo dudes. Aquí tienes...hasta pronto Clara.
- Chau Rodrigo, gracias...

Mientras Clara se alejaba con su última compra, Rodrigo suspiraba al verla marcharse disfrutando cada detalle en ella, sin prestar atención a la chillona colegiala que ponía sobre el mostrador un ejemplar más de "Busco Novia".


...

miércoles, 22 de abril de 2009

escena en un autoservicio



Max se ve atrapado entre el caos vehicular dentro de un autoservicio.
Todos tratan de avanzar con sus carritos del mismo diseño pero claramente diferenciados por sus contenidos. Alguien menciona las ofertas en el altoparlante.Todos sonríen mientras compran, se saludan, conversan, hasta que llegan a las cajas. En la caja nadie sonríe. Nunca.
Max no lleva una lista de compras, ni un niño sentado en el coche, ni una compañera que la ayude a elegir los productos. Observa una manzana solitaria en medio de una montaña de papas.
Se siente como esa manzana.

A diferencia de las calles, en un autoservicio cuando alguien choca con otro se disculpa, no lo insulta ni lo agarra a golpes. Algunos/as hasta sonríen, cruzan miradas, palabras amables, incluso coquetean.
Nadie muere atropellado en el autoservicio, a menos que sea una fruta que se cayó de su torre. Aún así es poco probable que muera aplastada por las ruedas de un carrito; suele haber alguien que a tiempo la coloca en su lugar. Sólo cuando esto no ocurre, la pobre fruta puede terminar aplastada por una sadalia, unas zapatillas, una bota o un taco 7.

Max observa a la gente en aquel tráfico de coches cargados de alimentos y bebidas. Emiten señales de superioridad, de pertenencia, de exigencia, de necesidad o de derroche. Nadie dirige ese tránsito. No hay reglamentos ni señalética, a menos que quieras saber donde está la leche por ejemplo. Es la cuarta semana de Max tratando de olvidar el hemisferio solitario de su cama haciendo girar las ruedas de un carrito de compras entre cientos de marcas. Cruza miradas buscando una cara amable, un flechazo furtivo que sea el comienzo de una aventura con código de barras. Choca su carrito con el de una mujer sin anillo concentrada en las infusiones. No logra atraer su mirada. Se disculpa. Avanza contra el tráfico. Toma una conserva y hace una pregunta tonta a la chica ejecutiva que revisa su lista. No obtiene respuesta. Va a la sección de shampoos. Hay una nación de mujeres leyendo los frascos. Max nota que las fórmulas por tipo de cabello son más atractivas que él. Vencido una vez más y sin nada en su carrito, se fija en aquella manzana sobre la ruma de papas que observó toda la escena. Aquella manzana silenciosa y solitaria que lo hizo darse cuenta hasta donde nos lleva la soledad y el precio que nos hace pagar por nuestros errores.
Va con el coche vacío hasta aquella manzana y la lleva consigo. Luego, se dirige a la caja con la fila más larga de coches llenos y tampoco sonríe mientras espera su turno para pagar la fruta en cuestión.
Casi 20 minutos después, una trigueña de ojos pequeños y prendedor con el nombre de Andrea presiona el botón que hace avanzar los productos en la faja transportadora de la caja y recibe una solitaria manzana. Luego de haber escuchado el escáner sonar infinidad de veces como cada noche de lunes, cansada levanta la mirada y no puede evitar sonreír ante la escena y la paciente espera de un cliente tan solitario como su manzana. Max la mira y también sonríe. Por un instante esa caja con ambos mirándose parece la toma principal de un comercial de televisión para una cadena de autoservicios.
Una vez fuera, Max camina hasta su departamento sintiendo en cada bocado que esa es la manzana más deliciosa que no probaba en mucho tiempo.
Sin duda, al día siguiente irá por otra igual. Y la pagará en la misma caja.

...

martes, 14 de abril de 2009

privado


Mi mirada se ve distinta. Siento los ojos furiosos y por instantes no me reconozco en el espejo. Dentro, todo parece sonar en mono. Entran dos tipos aceitosos con pinta de contadores dejando pasar con ellos los compases de una balada-metal ochentera. Ebrios comentan sobre el culo de una bailaria. Otra se contonea sobre una sucia barra bajo una raquítica luz. Los tipos jalan y cuentan sus billetes planeando disfrutar entre ambos algo parecido a una mujer, que según dicen, lo hará con los dos si comparten su coca. Me mojo la cara tratando de quitarme las náuseas y registrando con dificultad lo que pasa dentro del baño. Huele fuerte a orines. Alguien vomita. Un tipo cayéndose entra con una mujer mayor de maquillaje corrido. Mientras ella le frota la bragueta con una mano, con la otra lo bolsiquea a su antojo. Me guiña un ojo. Yo no vi nada. La voz en los parlantes anuncia que en breve una tal Sheila subirá al escenario.
Son las 3:43 de la madrugada y estoy borracho en el peor night club de Lima.

Por un momento ya no siento lo malo que es el whisky. Todo ese ambiente puteril infectado de necesidad y pobreza rebrota mágicamente en siniestra alegría cuando al pasar los minutos las tristes putas intentan sacar lo que sea. Bailan, ríen, te agarran las pelotas, el culo y te ofrecen las más decadentes y sublimes faenas.
Estoy recostado sobre la barra y Mila, mi acompañante improvisada, desiste de venderme su cuerpo para advertir que estoy muy mareado. La veo como si yo fuera un mosca; multiplicada y en tornasol. Tiene las rodillas ásperas. Alguien le grita algo desde un lado refiriéndose a mi pero ella las calla. Creo que nota que algo o alguien me llevó hasta ahí. Finalmente me desea suerte y se va, no sin antes advertir a las demás que de mi no sacaran nada. Los tipos golpean las mesas. Saco de mis bolsillos billetes arrugados hechos bolitas. Suelo tenerlos así cuando me pierdo en la noche. Pido más whisky malo y siento un zapato de tacón que desde arriba de la barra se apoya en mi hombro. Uñas rojas descarcaradas y una mano que levanta mi barbilla. Total eclipse of the heart. Me aplauden no sé por qué. Otra vez la visión de mosca.
Hay una cortina que separa el ambiente de una escalera. Pregunto al mozo a dónde me llevan. Al privado señor, 40 soles por canción y la hembrita le baila encima, ya uté le pregunta si puede tocar pe. Quiero mi privado. Saco cuatro bolitas de papel moneda y busco lo que mis ojos de mosca me permitan identificar entre el humo y la poca luz como algo parecido a un ángel de concreto. Veo una chica de pechos sentada sobre un mueble rojo grasiento. Saco un ticket y me acerco a ella reclamando mi canción a cambio de aquel rectángulo de papel sucio numerado. Ella se para de mala gana. Es diminuta y menuda. Tira de su blusa corta cubriendo una particular panza que parece tener estrías. Vamos, dice seca en mi oído. Creo que Madonna canta material girl. Abre la cortina y me encuentro siguiendo sus caderas en una escalera demasiado empinada. Encuentro arriba una fila de privados. Papel higiénico usado por el suelo, risas, olor a pescado.
Siéntate, ya sabes que es lo que dure la canción. Suena una vieja balada de Steve Perry y ella se mueve como en piloto automático. Cómo te llamas? pregunto. Olenka me dice. Su piel parece amarillenta, pero conserva cierta gracia. Quizás no, pero no me importa, ya tengo mi privado. No me mira. No sé qué hacer, así que simplemente la contemplo. Me fijo en sus pechos como una atractiva razón para estar ahí. Pregunto nerviosamente si puedo tocar. Despacito me dice, por favor, despacito. Llevo mis manos hacia aquellos redondos pechos y presiono. Escucho en la oscuridad una especie de lamento en su voz y algo húmedo me cae sobre los ojos. Olenka, qué pasó, qué es esto? le digo extrañado pero sin enojo.
- Leche materna- me dice fríamente - y ya se terminó tu canción...


Cuando salí de ahí había sol, no estaba tan borracho y tenía muchas historias registradas, pero sólo puedo compartir esta.
Las otras, son privadas.


...

martes, 7 de abril de 2009

de amigos y amantes




T. me convence de lanzar un joint y ponerle fin a mi exclusivo momento de botellas y copas . Tiene un lindo departamento en Chorrillos y el mar de Grau se ve más pacífico que nunca enmarcado en su ventana de bordes naranjas pintados a mano. T. saca una mala copia de A Bout De Souffle de Godard mientras J. su novio, mi mejor amigo, prepara algo en la cocina. Tres noches antes ella y yo bebíamos en silencio cerca al Puente de los Suspiros, suspirando por las rupturas con nuestros respectivos, ya que además de perderlos, nos separaba como grupo.
Bebimos lo suficiente como para tener que conocernos otra vez. Aquella vez la conocí mejor que nunca.

T. bebe y sonríe conmigo distinto que cuando está con J. Esa noche no quise sentir las señales que me envió bajo y sobre la mesa, hasta que abrazados y tambaleantes rumbo al lindo depa chorrillano me preguntó en su puerta si no quería quedarme a dormir. Su roommate, una morena actriz de teatro que además eventualmente hacía de clown, no estaba en casa y J. existía fuera de su corazón tras un diluvio de lágrimas y otro huayco de palabras gruesas - eso si, para ti no tengo ni cama ni pijama - fue la frase que me empujó a su colchón subrayando que J. era llanto del pasado.
De los suspiros pasamos a los alaridos y el mar de Grau no fue tan pacífico esa madrugada.

Cuando desperté, la actriz y eventual clown me estaba mirando. Me echó del lindo departamento chorrillano acusándome de traición a J., hipocresía con mi ex pareja y abusador de T. en su indefenso estado. Le dije que como actriz era mejor payaso, me puse el calzoncillo al revés y me fui sin mañanero ni desayuno .
A medida que pasaron las horas y me encontraba con los trozos perdidos de la madrugada me quedaron tres ideas en la cabeza : 1.T. era una extraordinaria amante que olvidaba con facilidad, 2. nunca amé a mi ex y 3. yo era el peor amigo del mundo.

Tres días más tarde J. se reconciliaba con T. y me llamaba emocionado para agradecerme los consejos que le di a ella cuando salimos, que le hice darse cuenta de cuánto lo amaba, qué salir conmigo fue lo mejor que pudo hacer para reflexionar, así qué gracias amigo, porque sólo un amigo como tú, un amigo de verdad consigue hacer lo que yo hice, así que me esperan en el lindo depa chorrillano frente al mar de Grau a almorzar, que yo, mi amigo, cocinaré para ti.


T. me pone un joint en la boca y lo enciende. Le doy una larga calada y no siento nada.
Toso demasiado y mis pulmones se expanden. J. y T. fuman, ríen, se besan. Yo no siento nada. Ponen la película de Godard cubriendo la ventana con una gran mandala India, dejando que pequeños halos de luz corten la escena mientras siento como si dos manos tiraran de mis ojos achinándome. Me repito no siento nada. Aparece un primer plano de Belmondo y no puedo parar de reír. En un respiro pienso que sobre esa cama en la que estamos echados hoy los tres T. y yo tiramos borrachos hace muy poco, cacherío que marcaría su retorno a los brazos de J., y mientras Belmondo sale más con esa cara de galán tonto intento decirles que esa es la cara más graciosa que he visto en mi vida, hasta que al voltear los descubro pegados por la jeta como dos pescados.
Los dejé solos y me fui stone a mirar el mar, escuchando en mi cabeza la risa burlona de la actriz-clown que me pegaba la nariz roja de un solo golpe.
Saqué mi libreta y anoté "a veces ser honesto es una excentricidad".
Luego me fui a comer como nunca en mi vida.

...