
Primero vino el silencio. Luego la lluvia estelar.
El suave contacto liberó cientos de ángeles que segundos antes eran de concreto y ahora danzaban haciendo que la fina luz se vuelva estroboscópica y perfumada de sexy malicia.
Se redefinieron algunos territorios como amor, dulce, libre y caliente, filtrando entre sus tejidos el nacimiento de un nuevo canto que predicaba- infinito y único es el menor momento.
Se hicieron un columpio de caricias con horizonte de ventanas abiertas, abanicado con palabras en lengua nueva creada con la energía de la escena. Se conquistó la galaxia a paso lento, colonizando el cuerpo con dedos curiosos de ojos cerrados, determinantes como un mar sin llaves acogiendo tempestades de cabellos largos y voz de mujer. Ofrecieron al amor un sabor virgen y molecular, entrañable, incandescente. Indestructible. Y la vida pagana celebró, la fauna siguió danzando a su alrededor el ritual de la supervivencia del quinto día, esa infinita fiesta que alberga con brazos abiertos las apetencias de aquellos que también por las noches buscan respuestas como ésta, luces de nuestra existencia que al dejarlas salir nos dicen entre labios cual es el mapa de nuestras vidas y que a manera de soundtrack solo les basta la voz de sus sístoles y diástoles sumadas a su propia voz interior. Se compartió fiesta y disfrutaron cena. Merendaron sus nombres, sus pasados y sus futuros en tiempo presente.
Cuando al fin aterrizaron, miraron dentro de ellas y ambas se dijeron al mismo tiempo - anda, bésame otra vez.
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