
Amanece. Sublime espectáculo.
La noche se destiñe, no soy el mismo.
Hipnotizado como quien mira un accidente en la vía expresa, me pego al cielo. A mis pasos el suelo se vuelve un loop que mezcla humedad, aire frío e historia.
Es Lima invernal, cantando entre sus millones de voces infancia, primer juego, castigo, líbido y trago amargo. Regresa con su aliento gélido, tocando dentro, haciendo que todo tenga la melancolía de una versión chola de "Wonder Years", que en mí suma al matiz un aire ochentero, de viejo cassette grabado, de eterna cola en entidad pública, de primer gobierno de García y claro, también de chape en quinta oscura, de primeros manoseos, de tirada de pera en el cole, de borrachera de principiante. De primer amor, entre millones de voces.
Lima invernal tiene cuerpo. Casi puedes tocarla. Te abraza, te invade y se expresa. Su arte interviene calles y vidas, grafiteando orgánicamente a punta de polvo y llovizna intermitente paredes y personas por igual; huellas en la acera, huellas en el alma y en nuestros semblantes, esa tan peruana introspección que nos hace encantadoramente taciturnos.
Mi Lima invernal me quita el calor y me lo devuelve en otra piel.
Resucita a mi artista y estimula mi razón. Es la estación del alma en una ciudad de almas. Es la estación donde todo se siente más. Como la droga sensibilizadora más potente del planeta, afectando a la gente más vulnerable del mundo, en el lugar más indicado del universo.
Es la estación íntima de una Ciudad íntima, ideal para el tacto, la copa larga, las aventuras inolvidables, para esa verdad que solo aterriza plácidamente cuando es invitada por la reflexión. Es quien devuelve la magia de un halo de luz filtrándose románticamente bajo las sábanas y con risas traviesas buscando calor. Es el la ley que hace más permisible el abrazo, el apachurre, el mordisqueo de una fría nariz. Es quien hace doblemente útil y deliciosa la cópula. Es quien hace que las palabras abriguen en ciertos casos y calienten en otros.
Amaneció . El cielo me devuelve su ambigua y fría faz.
Tras la hora mágica, soy el mismo otra vez; un accesorio vivo en la muestra itinerante de mi Lima invernal.
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(*) a pedido del amigo Peregrino
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